UNA SEMANA NO TAN SANTA

Cierto día posterior a la semana mayor, cumpliendo menesteres en la tienda a la vuelta de mi casa, escuché: “Los jóvenes ya no saben de cuaresma, ni de días santos, ni de nada que tenga que ver con Dios. Ellos sólo quieren divertirse, emborracharse y tragar cuanta mierda les pongan enfrente.”

¡Ouch! That was a low one. Lo peor fue que al voltear esperaba ver a una doña toda gorda, amargada y frustrada porque en sus años mozos el temor a rebelarse ante sus padres fue mayor a tener que pasarse los días santos arranada en una butaca de iglesia rezando por todos los pecadores (hippies) que le rezaban, pero al Cosmos, en LSD y bañadores tan diminutos como su fé. Afortunadamente mi descripción mental si coincidió con la realidad.

Aun así, me quedé meditando tal acusación.

Los tiempos han cambiado, y aunque siempre habrá fervientes creyentes de la religión, no podemos negar que cada vez son menos los jóvenes (y no tan jóvenes) que se unen a esas filas.

Todavía en mis años de buena señorita y criada bajo un régimen absolutamente católico, no me escapé de las idas a misa, los domingos de ramos y de comer pescado todos los viernes de cuaresma. De tener presente que si pecaba no me iba al cielo y que Semana Santa no era una fecha festiva, sino de “guardar” (lo opuesto a divertirse profanamente).


Justo después de graduarme de prepa supe lo que era amar a Dios en tierra ajena. And I loved it! Mi mamá llama esa etapa de mi vida como “La Era en la que me entró el diablo”. Recién llegada de intercambio, después de un año en una escuela laica, regresé con las pupilas dilatadas de todo el aprendizaje liberal del que no tuve conocimiento en 18 años de mi vida.
Dejé a la iglesia de un lado y prioricé mis creencias. Me divertí sin estar pensando que cualquier movimiento en falso me mandaría derechito al infierno y el sentimiento de culpa con el que crecí se desvaneció de mi subconsciente. But that was it. De ahí en fuera no me tenía que preocupar por nada más.

Los adolescentes de hoy en día se han desarrollado en una sociedad de mentira. En un ambiente donde todos mienten. La Iglesia, los políticos, maestros, curas, abogados, albañiles, todos, pero absolutamente todos están predispuestos a mentir.

Aparte de la mentira, la enorme distracción de internet, el consumismo, las drogas, la pedofilia, la pornografía, el deseo de la eterna juventud, las dietas, la longevidad, las modas, las adicciones, la corrupción, el aumento de I.V.A, la corrupción, la corrupción, la inseguridad, los secuestros, los asaltos, la falta de agua, el desafuero, el pésimo sistema judicial mexicano, las muertas de Juárez, despidos injustificados, las elecciones presidenciales, el terrorismo, el maltrato de los inmigrantes que viven en el extranjero, la contaminación nuclear, la prostitución infantil, la violencia, y una vez más, la corrupción, no dan margen para que un ser humano común y corriente tenga cabeza si quiera para acordarse de que cada determinado viernes de un mes al año no debe consumir carne roja.


Por si fuera poco, la iglesia no se esfuerza mucho por acercarse a la juventud moderna. Si acaso, los aleja cada día más con su intolerancia al condón, a la píldora anticonceptiva, al divorcio y al desprecio por la homosexualidad.

Speaking of vía crucis.

Agotados los posibles medios ¿Qué podemos hacer para volver a creer? O más bien ¿Para empezar a creer? ¿Budismo? ¿Yoga? ¿Libros de autoayuda? ¿Seguir distraídos para hacer como que no pasa nada? ¿Aguantar vara? ¿Perdonar a los que nos ofenden? ¿Postularnos para diputados con la mejor intención? O de plano ¿Pegarnos un chapuzón en las paradisíacas playas mazatlecas en lo que el mundo se endereza?



No soy un sabelotodo, pero en esta, creo tener la respuesta. Amén.


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