BREAK BROKEN LOOSE


Jamás pensé decir esto: ¡Estoy feliz de regresar a trabajar!


Después de las dos semanas más estresantes de mi vida (y no hablo de trabajo) todo regresa a la normalidad. Don`t get me wrong. Amo las vacaciones. Las adoro con tanta pasión que el amor que les tengo se convirtió en odio jarocho.


Cabe recalcar que soy la típica persona que vive pegada al calendario escrutando todos y cada uno de los días inhábiles, puentes, fiestas de guardar, huelgas, cumpleaños, lunas llenas y eclipses. Nada, pero nadita se me pasa.

Desde principios de Julio ya tenía mi summer schedule preparadísimo. Este año me propuse solo tres cosas: comer, dormir y tomar. Nada del otro mundo. La renovación de mi visa no llegaba sino hasta finales de Julio, lo cual no me daba margen para viajar a pierna suelta, así que mi decisión de beber durante dos semanas (por aquello de la decepción viajera) se enfatizó aún más. Estaba tan decidida a no hacer nada que escondí los tenis que uso para correr y llené el ipod de música densa y somnolienta para que ni me dieran ganas de levantar los auriculares.

Recuerdo bien aquel glorioso día. El universo todavía estaba de mi lado. Que mejor fecha que viernes 15 para empezar con la farra. Solo quedan flashbacks de aquel fin de semana, pero de seguro me la pase bomba. Me divertí, comí, y tomé. Bien, todo iba bien.

El resto de la primera semana pasó totalmente desapercibido. A excepción de un día que amanecí con un fuerte dolor en la espalda baja. Resultó que me dolían los riñones de tanto estar echada. Aun así dormía hasta que el hambre me despertaba y no me levantaba de la cama a menos que el cuerpo lo exigiera. Y pues como por ahí dicen que la cerveza limpia los riñones, instale la hielera estratégicamente para tener a la mano el elixir de la vida misma.

En uno de tantos esfuerzos por alcanzar el control remoto, casi como señal divina, vislumbre la puntita de mis sneakers al otro lado del cuarto. Juro que sentí fuego en la cabeza de siquiera atreverme a pensar en la aberrante idea de hacer ejercicio en mis sagradas va-ca-cio-nes.

Al inicio de la segunda semana ya tenía agotada la lista de alimentos predilectos para degustar. Ya había repasado los favoritos de la semana en Subway, y estaba hasta el copete de tortas, tacos suaves y gorditas bañadas en queso cotija y crema agria. Comida junkie celestial.

Unos días después me pego un calenturón de 40 grados causado por infección en una muela. Ahora caigo en cuenta que el fuego que sentí en la cabeza días atrás no fue de ver a mis pobres tenis abandonados.

El doctor me surtió un recetón de 7 días, incluyendo mi último fin de semana libre, el cual iba a ocupar con una súper cita en el dentista para librarme de la maldita muela anyway. Me la pase a dieta de sopa y mi elixir de la vida fue reemplazado por mucha pero mucha agua.

Hasta el día de hoy no sé si fue la fiebre que afloró mis sentimientos (y lo naco que creí no tenía en mi), pero ¡Ah como lloré en las semifinales de “America’s got Talent”!  Entre el viejito experto en armónicas y un mentado bailarín francés que había dejado todo (incluyendo dos hijos) por ir a la caza del sueño americano, no sabía a cuál irle. “De verás que esta gente tiene talento” deliraba entre sollozos y compresas de agua fría. La historia de cada concursante me daba una congoja que agudizaba el dolor de mi muelita, y solo se me calmaba pensando que si yo fuera la Sharon Osbourne repartiría el millón de dólares entre los miles de ingratos que se registraron a participar, aunque no hayan pasado ni a la primera ronda. Para mí todos eran unos ganadores con el simple hecho de hacer el ridículo público mundial.


Enfermarse en plenas vacaciones ain’t no fun (if the homies can´t have none), diría mi Snoop back in the 90´s.

  
Hoy de regreso a mi oficina bailé de la emoción al ver mi taza oficial para tomar café. Ya extrañaba sentarme con ella frente al computador y leer los mitotes del día, con una pila de papeles al otro lado del escritorio que según yo tengo archivando desde hace meses. Con incesantes llamadas telefónicas que hacer e interminables horas buscando estacionamiento en mi beloved Unidad Administrativa bañada en el sol de las 12 del medio día solo para hacer un trámite de dos minutos. Renegando de mis escasos breaks de 10 minutos que por lo general se prolongan a una hora (dependiendo de la plática en la tienda). Y lo peor, muerta de coraje porque se me olvido mi suéter y el frillazo en mi espacio laboral no me deja teclear fluidamente.

La vida es injusta, lo sé.

Pero lo mejor, así, lo mejor de trabajar es el café.  Y que no te duela una muela.  Ni los riñones.  Y con permisito porque me habla mi jefe y estoy a punto de tomar mi pequeño break :)