DEBUT Y DESPEDIDA


Llegando a las inmediaciones de west hollywood, empecé a sentir los mismos síntomas que alguna vez experimenté antes de un examen de Antropología en 3ero de prepa...


Las manos me sudaban, el corazón me latía a una velocidad feroz y la ansiedad me provocaba unas chiripiolcas que justamente no eran a causa del clima, ni del trafical.  Mis sentimientos locos brotaban  de tan solo visualizar los jardines bonsai perfectamente trazados a lo largo y ancho de las aceras de El Lay como mapas que me guiaban al destino de mi insaciable, endless razón de vivir... Shopping.

Me sabía todo el recorrido de memoria. Pasear por las atestadas avenidas de Rodeo Drive siempre estuvo presente en el must-to-do-list de la familia cada que pisábamos tierra gabacha.

La única y gran diferencia era que antes mi budget vacacional se reducía a lo que ahorrara 6 meses antes del viaje, a lo que mis papás me dieran de bono, y a la caridad de mi hermano cada que le ponía ojos de borrego borracho cuando se me acababa hasta la risa del placer que me daban un par de benjamins.

Not anymore.

Dios hizo justicia, y llegó el día que figuré en la “exclusiva” cartera de clientes que todo banco desea tener.
Mientras mi hermano trabajaba en el proceso de buscar estacionamiento, yo ya había saltado Daisy Duke style al otro lado de la calle…con todo y tacones, porque claro, ¿Como iba a asistir a mi ceremonia de inauguración crediticia enchanclada? ¡Con decir que hasta me peine! Y para que yo me pase un cepillo por la cabeza, es porque de plano algo extremadamente maravilloso esta a punto de suceder.

Dispuesta a vivir al máximo la aventura que me esperaba, fije mi atención en todo lo que tuviera vitrinas. Oscar de la Renta, Diane Von Furstenberg, Gucci right next to Dior (cuando estaba en apogeo su colección rasta) con sus verdes, amarillos y rojos tan artistícamente relucientes y chillantes que en lo último que pensé fue en el 3er mundo. Para mi, en ese instante, Dior era Kingston a la 1era potencia.
Como no, si flotar alrededor de tanta opulencia era como vivir en carne y hueso una página de Vogue. Que digo pagina, toda la revista, desde la portada hasta el “last look-page”.

Donde codearse con los grandes diseñadores de moda es de lo más normal; donde a las clientas asiduas les asignan su sillón favorito seguido de una copa de champagne para el desestrés del mundo moderno y su próxima inmersión al mundo de las compras. Donde todo no parece, sino es PERFECTO.
Tiendas perfectas, infraestructura perfecta, árboles perfectos, carros perfectos, botes de basura perfectos, gente perfecta…por lo menos frente a mis ojos, en un efímero instante de idiotez que me duró los mismos 2 minutos en que le di matarile a mi nuevo plástico.

Al tercer minuto, miré mis manos que tristemente sostenían un par de lentes (YSL), dos blusas (Barneys New York) y unas zapatillas (Marc Jacobs).


Fue todo.

La emoción desapareció como por arte de magía.
El asombro se esfumó en mi último afán de que el banco aprobara mi tarjeta. La infraestructura tan perfecta que visualicé unos minutos antes, me parecía de lo más estúpida, y me arrepentí de escoger los tacones más altos que me pude haber encontrado en la maleta. Tenía ampollas en los talones y odie no ver una Old Navy en un perímetro decentemente cercano para humildemente desembolsar un dólar y terminar con el calvario de mis pies. Es más, no se ni de donde saqué eso de la flotadera por las calles. La opulencia que admiré por kilómetros era la responsable de mi desgracia bancaria y ahora, para colmo de males, los árboles tan perfectamente recortados y cuidados no daban más que pura madre de sombra en todo el camino de regreso al carro.

Para entonces (que me pareció una eternidad), mi tripas vociferaban “Arby’s”, mi garganta “diet coke”, mi cuerpo “cama”, y mi corazón “desilusión”.

Al final del viaje, en las largas horas de espera para abordar en el LAX, no me quedó más que hacer un recuento del journey.

En el fondo no me arrepentí de nada, era joven, tonta y primeriza, jaja, bueno, no tan joven, pero si primeriza, por haber querido comerme TODO con un crédito de 4 ceros, que haya automáticamente disminuyó a 3. Y tonta porque no disfruté lo que muchos viajes atrás fué objeto de mi fascinación. No hubo lugar para museos y art shows, comidas ricas en Little Tokio o tiempo para llenarme de budas y lucky cats en el inmenso Barrio Chino. Se me olvidó treparme a la Rueda de la fortuna de la Feria de Santa Mónica y no regresamos a Sunset Boulevard despúes de la cruda desmancomunal que nos pegó el día después de que llegamos.

De regreso a Mazatlán, ya me estaba esperando el never-late-always-in-time estado de cuenta.

Así que no me quedó otra más que comprometerme entre dientes que la próxima vez que regresara a L.A. sería específicamente de placer. Gastaría exclusivamente en cosas que no pudiera conseguir en México, y me divertiría como si no trajera un peso en la bolsa.

JUST KIDDING! (grin).