Nunca pensé que lo diría, pero un peculiar día de Julio, de mi ronco pecho, salió tan natural y sincero, que en verdad me lo creí. Cada gota salada que recorría mis mejillas me aferraba más al día en que por fin mi blusa no se pegaría como calca a mi espalda, la espalda al asiento del auto, y el asiento del auto a mi pelo. Era un círculo vicioso, pero de los feos, de los que sabes que son irremediables, tienen que suceder, tienes que sufrir, tienes que luchar contra la naturaleza, y al final rendirte porque no te queda mas que lidiar con la realidad…el calor mazatleco.
Cuando te acabarás maldito mother fuck…
Yo? Maldiciendo el verano? Mi estación sagrada? El tiempo de delicias en la calle? Mis sueños de miles de raspados de coco haciéndome rueda, esperando que los deleite con todas las ganas de mi alma; deliciosas chamoyadas infestadas de tajin, interminables bolis de cajeta y un centenar de cervezas en la playa. Paraiso right? Pues el paraíso con todo y chile se esfumo el día en que una paleta de la Michoacana no pudo mantener su compustura y se me embarro por todo el brazo, hasta los codos.
Así que, entre tanto berrinche pasó Agosto, llegó Noviembre, y con él, unas lluvias tan frías que casi hacen que me arrepintiera de haber tentado al diablo.
En cuanto pude, corrí a las maletas donde guardo mis tesoros invernales, y de entre todo, lo primero que salió (como siempre) fue mi inseparable par de guantes vintage, negros, del piel, que para mi son un must para sentirse uno acá, ad hoc para la ocasión.
Con toda la emoción del mundo empezé a categorizar las prendas de moda otoño-invierno 2009 que usaría como los 10 mandamientos de la ley de Dios.
Sombreros, medias , mallas, bufandas, ponchos, mas guantes, mascadas, pañuelos, botas, piel, piel, piel. Saqué como para tirar al cielo. Cosa que literalmente hize, justo como si me encontrara un maletín lleno de billetes (movie like).
Cuando volví a la realidad de mi pintoresco guardaropa decembrino (y sin los billetes obviamente), caí en cuenta que no tenía casi nada de nada, de nada, pero nadita que Alexander Wang aprobaría, y el mismo Karl Lagerfeld hasta con el abanico me daría en la cabeza mientras torciera la boca lo mas chueca posible para ahora si preguntar : Carmen WHO? (sin el sarcasmo requerido).
Que horror! Sentí que me moría. A como diera lugar tenía que sacar un guardarropa que de principio a fin ya no tuviera que ver con franelas, palestinas o cuadros.
Negro era, y negro tenía que ser. Negro como la nochi, sobrio como el invierno. Gris de perdida, es más, hasta tiznado, con tal de tener oscuridad en mi closet. Tanto así, que llegué hasta el punto de pintarme el pelo claro para que los outfits resaltaran y dieran el efecto deseado.
El cometido se cumplió, rasgando por aquí y por allá. Tanto, que todavía tengo media colección enfilada en el perchero del olvido.
Ya es Enero y es hora que no siento el rigor en los huesos. Ni los aires nocturnos me resfrían, y los guantes siguen en mi bolsa “en caso de” pero es menos al caso traerlos puestos como loca por la calle sin ningún sentido.
Cuando te acabarás maldito mother fuck…
Yo? Maldiciendo el verano? Mi estación sagrada? El tiempo de delicias en la calle? Mis sueños de miles de raspados de coco haciéndome rueda, esperando que los deleite con todas las ganas de mi alma; deliciosas chamoyadas infestadas de tajin, interminables bolis de cajeta y un centenar de cervezas en la playa. Paraiso right? Pues el paraíso con todo y chile se esfumo el día en que una paleta de la Michoacana no pudo mantener su compustura y se me embarro por todo el brazo, hasta los codos.
Así que, entre tanto berrinche pasó Agosto, llegó Noviembre, y con él, unas lluvias tan frías que casi hacen que me arrepintiera de haber tentado al diablo.
En cuanto pude, corrí a las maletas donde guardo mis tesoros invernales, y de entre todo, lo primero que salió (como siempre) fue mi inseparable par de guantes vintage, negros, del piel, que para mi son un must para sentirse uno acá, ad hoc para la ocasión.
Con toda la emoción del mundo empezé a categorizar las prendas de moda otoño-invierno 2009 que usaría como los 10 mandamientos de la ley de Dios.
Sombreros, medias , mallas, bufandas, ponchos, mas guantes, mascadas, pañuelos, botas, piel, piel, piel. Saqué como para tirar al cielo. Cosa que literalmente hize, justo como si me encontrara un maletín lleno de billetes (movie like).
Cuando volví a la realidad de mi pintoresco guardaropa decembrino (y sin los billetes obviamente), caí en cuenta que no tenía casi nada de nada, de nada, pero nadita que Alexander Wang aprobaría, y el mismo Karl Lagerfeld hasta con el abanico me daría en la cabeza mientras torciera la boca lo mas chueca posible para ahora si preguntar : Carmen WHO? (sin el sarcasmo requerido).
Que horror! Sentí que me moría. A como diera lugar tenía que sacar un guardarropa que de principio a fin ya no tuviera que ver con franelas, palestinas o cuadros.
Negro era, y negro tenía que ser. Negro como la nochi, sobrio como el invierno. Gris de perdida, es más, hasta tiznado, con tal de tener oscuridad en mi closet. Tanto así, que llegué hasta el punto de pintarme el pelo claro para que los outfits resaltaran y dieran el efecto deseado.
El cometido se cumplió, rasgando por aquí y por allá. Tanto, que todavía tengo media colección enfilada en el perchero del olvido.
Ya es Enero y es hora que no siento el rigor en los huesos. Ni los aires nocturnos me resfrían, y los guantes siguen en mi bolsa “en caso de” pero es menos al caso traerlos puestos como loca por la calle sin ningún sentido.
Si uso negro, para medio día siento que me prendieron fuego. Los grises los he ido relevando por claros y de plano los tiznados, ni la pena vale usarlos todos gastados, a menos que me rolen un carrito de la ley y un cerro de bolsas de hule para andar por todo Maza rejuntando latas a diestra y siniestra.
Y mi propósito para año nuevo? To-stop-bitching-around :)